El inicio
Cuando empecé a dar mis primeros pasos en la roca, busqué inmediatamente -sin encontrarlo- un maestro que me enseñara «el arte de la escalada». En aquellos primeros años, sólo recibí algunos consejos, entre ellos que tenía que adquirir mucha experiencia personal para aprender, y durante mucho tiempo. Así que yo también acabé creyendo que no había nada que entender y que tenía que proceder por ensayo y error aleatorio.
Sin embargo, más tarde, en 1981, cuando empecé a dar clases, me di cuenta enseguida de lo difícil que es la tarea de un profesor si quiere hacer bien su trabajo. Aunque no era plenamente consciente de ello, intuía que me faltaba algo y empecé a hacerme la pregunta que dio lugar al nacimiento del Método: pero ¿cuál es el objeto de la enseñanza en la escalada? Todos los cursos existentes, aparte de nudos y maniobras de cuerda, más que enseñar ‘llevaban’ a los alumnos a escalar…
A principios de los noventa, ya como guía alpino, participé con otros instructores y guías en el primer curso oficial de «instructor de escalada» organizado en la sede del CONI: lecciones sobre entrenamiento, psicología, fisiología, todo muy interesante. «Pero, ¿qué pasa con la técnica de movimiento, cómo lo hacemos?», era mi pregunta inevitable. Ricordo ancora oggi perfettamente la risposta del docente: “La tecnica è la prima cosa e anche la più importante ma noi non arrampichiamo e non la conosciamo! Siete voi gli esperti del settore, voi dovreste saperlo!”. Come potevamo quindi diventare “Maestri” se non avevamo niente da insegnare? A pesar de las interesantes declaraciones de otros participantes, algunos de los cuales ya competían, que afirmaban que la escalada era instintiva y que la técnica no existía, la respuesta de aquel profesor me dio la confirmación definitiva de que iba por buen camino.
En aquella ocasión comprendí la importancia y el valor de la coherencia. Sin ella, no se realiza nada realmente importante y bien hecho. El automatismo cultural inconsciente que llevó a considerar la escalada como algo «imposible de enseñar» estaba tan fuertemente arraigado en el entorno que me di cuenta de que conseguiría más si continuaba mi búsqueda en solitario. En el Método, la coherencia es decisiva, todas las técnicas están estrechamente interconectadas y son mutuamente dependientes ya que, como un todo orgánico, forman todo el mosaico de habilidades motoras (¡no movimientos!) de la escalada.
Y así, mientras en la actividad personal intentaba ser cada vez más consciente de mi movimiento, cuando enseñaba trataba de entender qué movimientos hacían mejorar más a mis alumnos. Se tardaron muchos años en obtener los primeros resultados claros y tangibles, es decir, en identificar las primeras técnicas.
Intentaba abrir una nueva ruta mucho más difícil que las de escalada y tenía que encontrar el camino: una mayor conciencia de mi movimiento se correspondía con una mayor eficacia en la enseñanza, y viceversa. Sólo faltaba una pieza, el conocimiento y la ayuda de una disciplina diferente, basada en un movimiento natural y eficaz por excelencia, pero también global, porque implica trabajar el cuerpo, la respiración y la mente al mismo tiempo. El Qi Gong, el Tai Ji Quan y el Shiatsu han llenado ese vacío. Tras la dificultad de comprender los verdaderos principios que subyacen al movimiento del cuerpo en la dimensión vertical, nacieron las primeras técnicas y luego, cada vez más rápidamente, todas las demás progresiones, con esa sencillez típica de cuando se descubre un nuevo recorrido, particularmente lógico y natural. La primera técnica básica, la Progresión Fundamental, fue claramente esbozada a finales de los años 80 mientras que, por ejemplo, la técnica del Equilibrio nació en 1992 y no está presente en la primera edición del Arte de Escalar (Ed. Mediterranee, 1992) porque antes de insertar una nueva técnica en el Método me pareció importante experimentar con ella lo suficiente para comprender dónde debía insertarse en el recorrido didáctico.
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